Publicado en La Voz de El Viso en noviembre 2016.
El arte de perdonar no consiste en olvidar aquella ofensa que un día sufrimos, sino en transformarla en una función adaptativa y de aprendizaje hacia nuestra persona.
El acto de perdonar empodera a la persona que lo realiza pues restaura su posicionamiento ante su propia visión de la vida. Crea un ambiente positivo que favorece la salud física y mental; reconciliándose con sus creencias.
Cuando tratamos el perdón, lo acotamos como un proceso en el que intervienen nuestras percepciones y actitudes hacia los demás, así como nuestro estado emocional. Con frecuencia confundimos el perdón con otros comportamientos, que en lugar de favorecer el proceso, provocan otras resultados no tan eficientes. Dichos comportamientos serian excusar, indultar u olvidar. Cuando excusamos no hacemos responsable a la persona de la acción y así de forma involuntaria le estamos negando que crezca y se desarrolle como individuo optando por ofrecerle una figura de apego falsa. En referencia a indultar a esa persona, favorecemos nuestra imagen social en detrimento de la del sujeto que realizo la ofensa. En cambio, cuando olvidamos es mentimos pues no olvidamos la ofensa sino que la mantenemos viva en nuestro día a día, impidiéndonos a nosotros mismos desarrollarnos.
El proceso de perdonar se secuencia en tres etapas. La primera etapa es la percepción de la ofensa y del agresor desde la empatía, la segunda etapa es la reducción de los sentimientos negativos potenciando los sentimientos positivos y la tercera etapa es la incapacidad del ofendido de castigar al agresor, pues le genera un sentimiento de culpa.
Caminos que nos conducen al perdón:
- Desde el amor, cuando hablamos del amor hacia nuestros hijos, nuestras familias o seres queridos no necesitamos una disculpa, pues dicho sentimiento minimiza la ofensa.
- Desde la empatía, colocándonos en el lugar del otro, no como una explicación o justificación del comportamiento sino como un proceso de crecimiento individual propio.
- Desde el desgaste, gastar energía en pensar desde una justificación o venganza hacia el otro, cuando dicha energía podemos revertirla en proyectos más satisfactorios.
- Desde la comparación, pues asumimos que quizás nosotros hubiésemos hecho lo mismo en esa situación, por lo cual no evaluamos con la misma dureza la ofensa recibida.