La mañana se tornaba fresca aquel día de mediados de abril. Las nubes ocultaban la luz de un sol tímido que, de vez en cuando, penetraba en el salón de mi casa.
¡Cómo ha cambiado nuestra vida en tan poco tiempo! Tantos planes, risas, abrazos y charlas que nos han quedado pendientes. Resulta contradictorio que me asome a la ventana y respire el aire más puro en esta primavera y que, sin embargo, pueda contemplar a las personas caminando con mascarilla, camino del supermercado.
Intento trabajar con el ordenador, adaptándome a las circunstancias, pero no dejo de mirar el teléfono de reojo, con el nerviosismo y la ansiedad que me supone que pudiese sonar.
Se escucha unos diminutos pasos por el pasillo. Quizás sea una de mis bandas sonoras favoritas en esta cárcel que durante estos días será mi casa. Sobre el marco de la puerta, se asoma una cara que ilumina el salón más que el mismo sol.
-Papá, ¿Cuánto nos queda para poder salir a la calle?
-No lo sé hijo. Cuando el bicho se haya ido, podremos salir.
-Por eso hay que estar en casa ¿No papá? Para escondernos y que el bicho malo se vaya.
-Eso es.
Miro con admiración la capacidad de adaptación que ha tenido. De llenarse la boca de tierra en el recreo, de estar aprendiendo entre libros y compañeros en el colegio, ha pasado a estar encerrado entre estas cuatro paredes sin más compañía que sus padres y su oso de peluche.
Se gira, pone su mano en su barbilla y siento el deseo que tiene de hacerme otra pregunta, sin saber si seré capaz de responderle.
-Papá, ¿y por qué dicen en la tele que los trabajadores de los supermercados, los policías y los médicos son héroes?
Sonrío. Cada día me sorprende más su curiosidad, sus ganas de aprender y su capacidad de atención.
-Cariño, son héroes porque ponen su vida en peligro para que podamos comprar, para protegernos y para cuidarnos en el hospital.
-Pues de mayor quiero ser un héroe como ellos, papá.
Le doy un beso y se marcha a su habitación, mientras el sonido de sus pasos vuelve a sacarme una sonrisa.
Quizás esta noche duerma plácidamente sin saber que ya lleva sangre de héroe. Un héroe que lucha por su vida en una cama del hospital, sólo. Con la esperanza como mejor medicina para volver a ver a su nieto y por el que aplaudo cada tarde a las ocho cuando cae el sol.