Publicado en La Voz de El Viso en enero 2017.
Vivimos en una sociedad basada en imágenes, todas idílicas y excelentes. Al estar rodeado de iconos que marcan unas tendencias o normas de perfección, cuando observamos nuestro reflejo muchas personas solo préstamos atención a aquellos detalles que queremos cambiar para acercarnos a aquello que indirectamente nos presenta la sociedad.
En la literatura más cotidiana lo denominan “el síndrome del espejo”, en psicología detrás de este nombre se ocultan trastornos como anorexia, bulimia, vigorexia y trastornos dismórfico corporal.
Las personas que lo padecen se obsesionan por buscar defectos físicos que en la mayoría de los casos no son reales o son exageraciones de un hecho, que solo se mantienen por el deseo de sentirse atractivas para los demás.
Las causas más comunes que sostienen este síndrome son una autoestima baja, un entorno familiar nocivo, relaciones negativas entre iguales, adolescencia marcada por las bromas y falta de empatía.
El resultado de padecer lo anteriormente descrito puede repercutir en comportamientos perfeccionistas, cuadros de ansiedad, repetición de conductas satisfactorias que a menudo acaban en compulsiones. Dichas compulsiones al inicio provocan placer o liberación en la persona que a lo largo se convierten en una herramienta inútil ante la situación. Episodios depresivos y fobia social, evitando el contacto con otras personas.
Indicios a tener en cuenta:
- Excesiva importancia a la imagen
- Obsesión por defectos físicos, desde un lunar inadecuado hasta un parte concreto de nuestro cuerpo (mis piernas).
- Aumento de perjuicios.
- Gastos desmesurado en cosméticos, gimnasios, operaciones de estética etc…
- Eterna juventud, no asumir los cambios generales acordes a nuestra edad.
- Cambios en su rutina, vivir deprisa sin asumir responsabilidades
En resumen, si aprendemos aceptarnos tal y como somos, y en dicha aceptación asumimos nuestras luces y sombras, seremos los suficientemente fuertes para querernos y permitir que los demás nos descubran sin tener que interpretar ningún papel ajeno a nuestra persona.