Publicado en La Voz de El Viso en octubre 2018.
Llega octubre. Este mes anuncia el fin de las vacaciones y la vuelta a la rutina. En este período estival, el tiempo es percibido como miles de fichas de un puzzle que podemos ir modificando a nuestro antojo y deseo, pero sin pretenderlo, empiezan a encajar y a marcar el nuevo ciclo que iniciamos al cambio de estación.
En los meses de verano, vivimos con cierta ligereza en la organización y marcación de objetivos, disfrutamos más en el ahora y menos en que vamos a hacer. Este cambio de percepción hace que muchas personas sufran el llamado «síndrome estival». Este síndrome se manifiesta en bajo estado de ánimo, decaimiento, apatía, falta de energía pues la persona toma conciencia de sus responsabilidades y obligaciones adquiridas en su día a día.
Este síndrome suele durar de dos a tres semanas hasta que el sujeto vuelva a encajar en la maquinaria de su rutina.
Es curioso como pasamos todo el año deseando unas vacaciones para desconcertar y cuando regresamos, muchas personas de nuestro entorno se ven obligadas a pagar este peaje de adaptación. Es evidente que necesitamos descansar y que reiniciar las tareas necesita un periodo de adaptación pero quizás deberíamos fijarnos en los matices de este síndrome y lo que quiere comunicarnos, ¿y si cambiamos nuestra forma de enfocar nuestra vida? ¿y si disfrutar de cada momento de nuestro cotidianidad? Que las vacaciones no se conviertan en un escape sino en una fase de enriquecimiento de la persona.
“Las cosas no cambian; cambiamos nosotros.”
H. Thoreau